En la pintura con acuarela hay una poética de lo sutil. Lo sencillo se muestra desnudo, sin tapujos, y no se puede hacer trampa, porque no admite corrección. Un trabajo artístico con acuarela requiere ante todo la visualización de la obra antes de afrontarla. Las luces corresponden al blanco del papel, y por lo tanto las zonas iluminadas apenas son tratadas. Unas aguadas ligeras de color, entonan y crean atmósfera. La simplicidad de materiales y equipo la hacen atractiva, pero a la vez nos obliga a confrontarnos con el azar. Como dice una amiga nuestra, la acuarela es un mundo de encuentros y desencuentros.
Durante siglos, los pintores han utilizado como medio pictórico aglutinantes solubles en agua. Esta técnica hidrosoluble se conoce como temple, y ha sido empleado con gran asiduidad desde las antiguas civilizaciones. Para ello han usado soportes como madera, revestimientos murales, etc. Nosotras nos vamos a centrar en la técnica al temple exclusivamente sobre papel. Los artistas chinos más antiguos utilizaban pinceles de pelo suave para trabajar sobre la seda y el papel de arroz. Estas superficies son tan absorbentes, que exigían el uso de capas muy delicadas, casi transparentes. Con tan solo unas pinceladas muy ligeras, eran capaces de capturar el clima y la atmósfera del espacio de sus paisajes.
En Occidente tenemos nuestros más antiguos vestigios en la época medieval, con los iluminadores de manuscritos. Algunos trabajos combinaban técnicas más opacas, tipo témpera o gouache. Alberto Durero, el gran artista alemán que vivió entre 1471 y 1528, usó la acuarela con mucha frecuencia, al igual que hicieron los ilustradores de botánica del siglo XVI y los pintores florales holandeses del siglo XVII.
El medio específico que se conoce actualmente con el nombre de acuarela, podría decirse que surgió y tuvo su florecimiento en la Escuela Inglesa de la segunda mitad del S.XVIII y primera mitad del S.XIX. Durante este período de tiempo, relativamente corto, una serie de pintores destacados comenzaron a dedicarse a la acuarela. El creciente interés por una pintura del paisaje culminó con el trabajo de John Constable (1776-1837), precursor del impresionismo. Hasta su aparición, el paisaje no dejaba de ser un aspecto puramente topográfico que reflejaba con todo detalle las características de un territorio concreto. En manos de artistas como Paul Sandy, Thomas Girtin, Francis Towne, John Sell Cotman y Peter de Wint llegó a ser mucho más que todo eso; la acuarela fue explotada artísticamente al máximo y obtuvo todo el reconocimiento que se le debía.
La mayoría de estos artistas pintaron exclusivamente con acuarela, pues consideraban que se trataba del medio perfecto para crear el efecto atmosférico de luz que tanto buscaban. John Constable utilizaba la acuarela principalmente para los bocetos de los cielos. El más grande de todos los acuarelistas, William Turner, alcanzó su fama como pintor al óleo, pero fue su producción de acuarelas la que contenía la mayor profundidad y riqueza. Sin ninguna inhibición hacia las reglas de la composición, explotó efectos accidentales como los destellos más arriesgados o huellas de enorme calado hasta convertirlos en una mágica ilustración de luz y color como nunca antes había visto la historia de la pintura.
Durante el S.XIX continuó el desarrollo de las técnicas pictóricas de la acuarela, que alcanzaron mayor variedad. El poeta y artista William Blake (1757-1827) creó su propio método para dar forma a su visión poética de la acuarela. Igual hizo su discípulo Samuel Palmer, que utilizó torbellinos y bloques de colores opacos en sus paisajes visionarios y simbólicos. Con el final de las Guerras Napoleónicas en 1815, la posibilidad de viajar a otros lugares fue cada vez mayor. De este modo, la tradición topográfica alcanzó nuevas cumbres con el trabajo de artistas como Samuel Prout. Este extraordinario autor de bocetos y cuadernos de viaje, era experto en retratar edificios y paisajes de la Europa oriental. Un poco más lejos viajó Frederick Lewis, con sus brillantes estudios de paisajes de Oriente Medio. Richard Parkes Bonington promovió nuevas técnicas, como las de las capas arrastradas para paisajes y personajes. Fue su gran amigo francés, Eugène Delacroix el que llevó esta técnica a nuevos terrenos mucho más sofisticados.
La tradicional técnica “transparente” de la pintura a la acuarela implica la superposición de lavados finos de colores velados. Se basa en la blancura del papel para obtener sus efectos y los toques de luz. A medida que se superponen más lavados o capas, el tono y el color se hacen más profundos, ya que se absorbe más luz y se refleja menos. La acuarela es soluble en agua, y una vez seca sigue siéndolo en menor grado. Por este motivo el color puede ser modificado de diversas maneras: añadiendo o quitando agua, usando pinceles, esponjas, trapos o servilletas de papel.
La acuarela es muy versátil y resulta un medio tan permanente como el que más, siempre que sea de pigmentos de alta calidad y se use papel libre de ácidos. Los métodos opacos de acuarela, para los cuales se usa gouache, dependen del pigmento blanco para crear los toques de luz y los tonos pálidos.
Como restauradoras que somos, es inevitable hablar sobre la conservación de las obras de acuarela. El factor enemigo para su estabilidad es la luz directa, que altera las cualidades cromáticas de la obra, y oxida la celulosa contenida en el papel.